viernes, 11 de noviembre de 2016

Panchito y Panchita, los Catrines más enamorados




Panchito y Panchita
 Los Catrines más enamorados

                                                                                                                              Cuento Corto
Por Nana Espinosa

Panchita y Panchito se fueron a pasear, a celebrar!. Ya venía el Día de Muertos y era momento de re-encontrarse con la Familia: hora de ver a sus hijos, hora de comer sus platillos favoritos y saborearse una calaverita y de mañanita, un buen champurrado de chocolate con un pan de muerto, con ese toquecito de naranja…aaay que esponjosito y remojadito en el atolito.

No siempre, había sido así para ellos pero desde que se reunieron de nuevo, este amor tomó mas fuerza y entonces cada año Panchito le ponía el atrapador de dedo a Panchita para irse juntos, sin que ella pudiera tomar otro rumbo; irían juntos  de primeras, con la familia de su hija Xóchitl, que desde semanas antes solía hacer su ofrenda sobre una mesa, que estaba justo frente al comedor, con un trozo de tela comprado en la Parisina y fotos infantiles de cada uno de los miembros de la familia que se les habían adelantado. Ponían la ofrenda con unas cuantas flores de Cempasúchil de color amarillo intenso (como mostaza) de un lado, y del otro las de terciopelo violetas, que siempre su hijita ponía junto a la foto de su mamita, que en suerte, había durado más que su papito pero que al final había partido. El mero dos de Noviembre encendían las velas de tamaño pequeño, repartidas por la mesa, su papel picado con sus nombres, sus granadas y sus cañas de azúcar, calaveritas de dulce, además de su plato de pollo con mole poblano y unos cuantos ajonjolís encima del molito; así le gustaba a él!... unos cuantos para no saturar!. Y para mamita, la deliciosa Calabaza en tacha!, que llevaba horas a su hija cortar y cocinar pues siempre compraban unas calabazas enoooormes, que con su miel de piloncillo y sus pepitas cocidas, eran un manjar para las viandas de la Cena de media noche, que los reuniría en el panteón municipal.

Panchito sentía nostalgia por sus hijitos pero así era el curso de la vida… antes de ser un elegante Catrín había pasado muuuuchos días trabajando en el mero centro de la Ciudad de México como Organillero, recordando bellas melodías de antaño y dando a la historia del centro histórico un personaje memorable. Siempre llevaba su uniforme café y fue justamente esto lo que atrajo a Panchita, no es broma que él había sido bautizado Panchito por tradicionales calles, cerca de la Plaza de Santo Domingo.

Panchita muy elegante también, de bello porte, llevaba su sombrero con amapolas fiusha, plumas de avestruz, su vestido fiusha, una cinta para sostener sus impertinentes - indispensables en este viaje del más allá - y sus botas para alcanzarlo, si es que su Panchito se echaba a correr. Él, Catrin sofisticado, no se quedaba atrás con su traje charro por el cual sin problema cambio el uniforme cuando fue hora de decir adiós…bueno, que él no alcanzó a pensar porque la muerte lo tomó por sorpresa;  ahora pues, llevaba su coleto, pantalón amplio y calzoneras de casimir con botones de plata y botas negras, además de su sombrero de charro. Todo él, de punta en negro, con su porte caballeresco y su amplia sonrisa. Y es que desde que se le había adelantado a Panchita no había podido sonreír hasta que muuuuchos años después ella se pudo venir tras él, por una larga enfermedad…planeada! Porque ya vivir sin Panchito y respirar sin él, era más que insoportable.

Cada quien en su tiempo, había tenido que recorrer un largo camino para encontrar al otro. Ahora ponían sus huesudos pies sobre caminos de pétalos de flores que los conducían hasta la familia, del panteón de su barrio hasta la casita en la calle de la Palma, pues muy tempranito la hija junto con la nieta se habían encargado de marcarlo con pétalos!... no se fueran a perder sus viejos!. No tan fácil habían recorrido los nueve infiernos del Mictlan!, si la parte más dura la habían salvado con Mitín, el perro Xoloescuincle, que los había acompañado por años hasta que la vejiga se le había dañado por viejo y ese fue el primero que fue a conocer los secretos de la muerte. Fue él quien ayudó a Panchita, a pasar las aguas del río, hasta el otro lado.

Entrada al más allá, nada más llegar, se encontró con Panchito que con ojos chupados y enorme sonrisa la recibió para fundirse en huesos, en un tremendo y profundo abrazo.  Muchos años después, también en el panteón, se reunía toda la familia: hijos, nietos, tíos y primos, iban a sentarse con sus bancos y sus zarapes, al igual que sus vecinos. Allí junto a Panchito y a Panchita, que na´mas de enamorados encantados, no dejaban de reír y darse besos mientras por esa única noche de Noviembre volvían a estar todos juntos, siempre juntos! Como en los viejos tiempos…,.


Pues con risas e incienso de copal,
tuvo la muerte su lugar,
que con singular ritual,
Panchita y Panchito vinieron a recordar!.

F I N 

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