Panchito y
Panchita
Los Catrines más enamorados
Cuento Corto
Por Nana Espinosa
Panchita y Panchito se fueron a pasear, a celebrar!. Ya
venía el Día de Muertos y era momento de re-encontrarse con la
Familia: hora de ver a sus hijos, hora de comer sus platillos favoritos y
saborearse una calaverita y de mañanita, un buen champurrado de chocolate con
un pan de muerto, con ese toquecito de naranja…aaay que esponjosito y
remojadito en el atolito.
No siempre, había sido así para ellos pero desde que
se reunieron de nuevo, este amor tomó mas fuerza y entonces cada año Panchito
le ponía el atrapador de dedo a Panchita para irse juntos, sin que ella pudiera
tomar otro rumbo; irían juntos de
primeras, con la familia de su hija Xóchitl, que desde semanas antes solía
hacer su ofrenda sobre una mesa, que estaba justo frente al comedor, con un
trozo de tela comprado en la Parisina y fotos infantiles de cada uno de los
miembros de la familia que se les habían adelantado. Ponían la ofrenda con unas
cuantas flores de Cempasúchil de color amarillo intenso (como mostaza) de un
lado, y del otro las de terciopelo violetas, que siempre su hijita ponía junto
a la foto de su mamita, que en suerte, había durado más que su papito pero que
al final había partido. El mero dos de Noviembre encendían las velas de tamaño
pequeño, repartidas por la mesa, su papel picado con sus nombres, sus granadas
y sus cañas de azúcar, calaveritas de dulce, además de su plato de pollo con mole poblano y unos cuantos
ajonjolís encima del molito; así le gustaba a él!... unos cuantos para no
saturar!. Y para mamita, la deliciosa Calabaza en tacha!, que llevaba horas a
su hija cortar y cocinar pues siempre compraban unas calabazas enoooormes, que
con su miel de piloncillo y sus pepitas cocidas, eran un manjar para las
viandas de la Cena de media noche, que los reuniría en el panteón municipal.
Panchito sentía nostalgia por sus hijitos pero así era
el curso de la vida… antes de ser un elegante Catrín había pasado muuuuchos
días trabajando en el mero centro de la Ciudad de México como Organillero,
recordando bellas melodías de antaño y dando a la historia del centro histórico
un personaje memorable. Siempre llevaba su uniforme café y fue justamente esto
lo que atrajo a Panchita, no es broma que él había sido bautizado Panchito por
tradicionales calles, cerca de la Plaza de Santo Domingo.
Panchita muy elegante también, de bello porte, llevaba su sombrero con amapolas
fiusha, plumas de avestruz, su vestido fiusha, una cinta para sostener sus
impertinentes - indispensables en este viaje del más allá - y
sus botas para alcanzarlo, si es que su Panchito se echaba a correr. Él, Catrin
sofisticado, no se quedaba atrás con su traje charro por el cual sin problema
cambio el uniforme cuando fue hora de decir adiós…bueno, que él no alcanzó a
pensar porque la muerte lo tomó por sorpresa; ahora pues, llevaba su coleto, pantalón amplio y calzoneras
de casimir con botones de plata y botas negras, además de su sombrero de
charro. Todo él, de punta en negro, con su porte caballeresco y su amplia
sonrisa. Y es que desde que se le había adelantado a Panchita no había podido
sonreír hasta que muuuuchos años después ella se pudo venir tras él, por una
larga enfermedad…planeada! Porque ya vivir sin Panchito y respirar sin él, era
más que insoportable.
Cada quien en su tiempo, había tenido que recorrer un
largo camino para encontrar al otro. Ahora ponían sus huesudos pies sobre
caminos de pétalos de flores que los conducían hasta la familia, del panteón de
su barrio hasta la casita en la calle de la Palma, pues muy tempranito la hija
junto con la nieta se habían encargado de marcarlo con pétalos!... no se fueran
a perder sus viejos!. No tan fácil habían recorrido los nueve infiernos del
Mictlan!, si la parte más dura la habían salvado con Mitín, el perro
Xoloescuincle, que los había acompañado por años hasta que la vejiga se le
había dañado por viejo y ese fue el primero que fue a conocer los secretos de
la muerte. Fue él quien ayudó a Panchita, a pasar las aguas del río, hasta el
otro lado.
Entrada al más allá, nada más llegar, se encontró con
Panchito que con ojos chupados y enorme sonrisa la recibió para fundirse en
huesos, en un tremendo y profundo abrazo. Muchos años después, también en el panteón, se reunía toda la
familia: hijos, nietos, tíos y primos, iban a sentarse con sus bancos y sus
zarapes, al igual que sus vecinos. Allí junto a Panchito y a Panchita, que
na´mas de enamorados encantados, no dejaban de reír y darse besos mientras por
esa única noche de Noviembre volvían a estar todos juntos, siempre juntos! Como
en los viejos tiempos…,.
Pues con risas e
incienso de copal,
tuvo la muerte su
lugar,
que con singular
ritual,
Panchita y
Panchito vinieron a recordar!.
F I N
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